martes, 6 de julio de 2010

La magia de Kyoto

Dejo atrás una ciudad que me ha dejado un buen sabor de boca; sé que aquí se me quedan muchas cosas por visitar, he pasado pocos días y no he podido exprimirlos bien por culpa del clima y me voy un poco con la desdicha de no haber visitado su famoso puerto o el centro propio de la ciudad, con sus rascacielos… pero aun así te digo Osaka, que te prometo que volveré… Kore wa ore no yakusoku desu (“Esta es mi promesa” creo que se dice así jajajaja).

Pero no podía pasar más tiempo en Osaka, tenía mi reserva hecha en el Ryokan de Kyoto para los siguientes tres días. Un ryokan, por si alguno aun no lo sabe, es una posada de tipo tradicional japonesa; como aquellas en las que los viajeros de la época de los samurái se hospedaban cuando iban de una ciudad a otra y, claro, qué mejor sitio para buscarme una posada de este tipo que en la ciudad –como tal- más clásica de todo Japón. Kyoto.
A decir verdad, me costó un poco llegar hasta aquí. El ryokan está situado en la periferia de la ciudad, en la carretera que se dirige al pueblo cercano de Takao, así que debería coger un bus desde el centro… en la oficina de turismo me dieron varios planos y panfletos de la ciudad, por suerte la estación es mucho más modesta que la de Osaka y no me costó mucho trabajo darme de cara con la Torre de Kyoto; es curioso que en todas las ciudades Japonesas haya una “Torre de…” y cada una con sus historias y sus cosas. Mochilón a cuestas me encaminé hacia la estación de bus de Omiya… yo y mi manía de no mirar la escala de los planos, pensaba que estaría más cerca pero anduve como 2km hasta ella. Y por fin me llevó directo al ryokan. Señalaré que justo cuando el bus se movía, vi aparecer por la calle a un grupo de chicas vestidas con las ropas del Shinsengumi (info muy interesante sobre este grupo en la wiki )... Comprobé en el plano que en ese lugar hay un edificio histórico del grupo, así que quizá haya un museo o algo… ya me llegaré.

Una vez en el ryokan me recibieron amablemente en el restaurante con un té frío, donde firmé el registro de entrada. Es gracioso porque la viejecita que me atiende normalmente, que tiene ciertos conocimientos básicos de inglés, grita mucho y dice eso de “Okiniiii!” así que doy por hecho que es de Osaka jajajaaja ya que es a la única persona que se lo he escuchado desde que estoy en Kyoto. Pues bien, me llevó a la habitación, por un momento pensé que iba a coger mi mochilón pues le fue a echar mano pero la frené y le dije que cogiera la mochila pequeña… madre mía con la obachan de 70 años… la verdad es que habría sido pa verla subiendo las escaleras con la mochila de 14 kilos jajaja

Y bueno… la habitación es tremendamente grande para una sola persona y comodísima, el cuarto de baño está limpísimo. Además puedo salir a un saloncito que tenemos compartido el resto de las habitaciones (al que no salgo… primero porque ahí no hay A/A y segundo porque no hay otros inquilinos, así que… es tontería). Después de dejar mis cosas allí bajé al comedor y me di el capricho, un menú con sashimi por 20 euros, resultó ser un poco caro pero la comida estaba exquisita y todo se veía de la mejor calidad, además, comer con vistas al pequeño jardín interior que tienen aquí… ese, aunque recogido, ya me sorprendió… no sabía lo que me esperaba en los siguientes días. Pero vamos, os dejo un pequeño video de mi habitación para que os hagáis una idea.

Las casas tradicionales en Japón tienen un olor característico que me encanta, esto es así a causa del tatami; por lo que el olor viene siendo como a heno. A mi parecer le da una calidez especial a las casas.

Bueno, se me echaban las horas encima, ya daban las 5 de la tarde y me marché para dar una vuelta por el centro. Fue una lástima ya que todos los templos y Jinja cierran a esa hora, así que me tuve que conformar con las vistas desde el exterior y, como aún no dominaba el transporte local… me costó un poco de esfuerzo llegar a los sitios señalados en el plano a pie. Pese a ello, el atardecer de Kyoto me ofreció un par de instantáneas para recordar y mi paseo por el clásico barrio de Gion, donde aun pueden encontrarse geishas y maikos, fue más especial. En Japón, por lo que tengo comprobado, en cuanto cae la noche las calles se quedan semidesérticas; por lo que pude disfrutar de un tranquilo paseo por tan mítica barriada con la especial luz de los faroles.
Mi vuelta hasta la estación por una de las principales calles comerciales (aquí se encuentran el Zara, Giorgio Armani, Lacoste, etc) me depararía una nueva sorpresa, de unos locales con terrazas hacia la calle provenía música de campanillas y flautas… que, pese a lo moderno de la calle, con toda su iluminación, te hipnotizaba transportándote en cierto modo a aquel Japón antiguo… quizá esa sea la magia de Kyoto.


Ya de noche (a las 20.20h) llegué de vuelta al ryokan, cené unos fideos precocinados y, más tarde dormiría como un lirón en mi espaciosa madriguera.

4 comentarios:

  1. Como mola la habitación tio, está chulísima XD

    ¿No hay puertas de papel?

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  2. las ventanas lo son y las puertas de lo que es el ryokan en si; las únicas puertas de madera son las de las habitaciones :D

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  3. Como lo peta el jardín, vaya putos amos

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  4. Tendrías q haber hecho lo que hizo homer cuando fue a Japón pa dejar las maletas en el ryokan.. XDDDDD por cierto, increíblemente guapo. Curioso lo de las torres, no sabía que en todas las ciudades había una xD

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