martes, 23 de noviembre de 2010

Cuatro meses despues...

23 de Noviembre de 2010.

Si, hace ya Cuatro meses que volví a España... pero cada día que pasa siento que algo se queda incompleto. No hay día que pase en que no vea algunas fotos de mi viaje... de hecho las tengo puesta de salvapantallas del ordenador y también de fondo, tanto del portátil como del sobremesa.

Esta es la última entrada que escribí en tierras Nipponas pero que, por vagancia, no la llegué a subir.

Espero que la disfrutéis al menos una décima parte de lo que yo he disfrutado al releerla.

Algo de mi se quedó Allí

Se ha levantado la mañana lluviosa y tengo que hacer CheckOut para el cambio de habitación, así que recojo todos los trapos (aun un poco húmedos) y preparo la mochila que se quedará en consigna hasta que vuelva por la tarde.
El día no invita para nada a pasear, pero supongo que es una de esas cosas que me hace saber que estoy enamorado de esta ciudad que por muy mala cara que me muestre… me sigue gustando.

El tsuyu me concedió un descanso para desayunar y pude disfrutar de unos bollitos dulces y un café frío sentado en la orilla del Río Kamo, viendo como un pescador sacaba un pez tras otro, algunos los soltaba y otros los echaba a su cesta. Al parecer, ahí donde yo estaba sentado, se reúnen los jóvenes vestidos de manera tradicional (con Yukata) a tomar unas copas y divertirse un rato o incluso con algunos fuegos artificiales… vamos, lo que viene siendo un “botellón a la japonesa”… es una lástima que sea mi último día en Kyoto, pero el viaje ha de continuar.

Este día me tocaba la última visita, el Castillo y la villa Imperial.
Como casi todos, el castillo de Kyoto fue construido durante el mandato del Shogun Ieyasu Tokugawa. Los jardines de este son una auténtica maravilla y debe ser impresionante ver sus campos de cerezos en primavera, los numerosos pinos parecían bonsáis por lo exquisito de sus podas y los pequeños laguitos y fuentes con sus elegantes carpas nadando de un lado a otro daban movimiento al cuadro.
Puedo decir, sin duda, que el castillo de Kyoto es una de las visitas que más me ha impresionado; precisamente hablaba el día antes con mi padre sobre la pintura Japonesa o asiática… que había algo en ella que no me terminaba de convencer (véase la anterior entrada y los dragones de Matt Groening jajaja); que había otra rama artística en el campo de la pintura que sí, aquellos trazos aparentemente simples pero tan bien realizados… y eso fue lo que me encontré allí donde quiera que dirigiera mi vista en el castillo de Kyoto. Es una lástima que no se pudieran sacar fotos y no pude robar ninguna instantánea, pues estaba bastante vigilado y no quería llamar la atención –más- así que lo que allí pude ver… me lo quedo para mí. Paredes doradas cubiertas con sutiles pinturas de plantas como pinos o crisantemos, águilas y otras aves volando o posadas… todas ellas de una belleza sublime y, como pude comprobar después de cerca, dibujadas con un detalle casi microscópico que no se aprecia en la lejanía. Es una vaga descripción de lo que allí dentro tanto me impactó, pero es una visita obligada y recomendada a aquel que pise la ciudad de Kyoto.
Además en algunas salas podías encontrar representaciones mediante maniquíes, con los que te podías hacer una idea de cómo debía ser una recepción oficial del Shogun con toda su corte.
Salí del castillo y tras dar una vuelta más por sus jardines y pasarme por la tienda de suvenires me encaminé (bajo la lluvia) hasta la villa imperial.

Inmenso jardín con grandísimas avenidas de gravilla sobre la que golpeteaba la lluvia con fuerza… apenas era yo el único ser humano paseando por la zona. Al poco de entrar, un imponente árbol “Muku” me recibió con sus 300 años; junto a él un cartelito donde podía leerse que el samurái Shijima Matabee gritó un “Gloria al emperador, muerte a los bárbaros” justo antes de su heroica muerte bajo la copa de este gigante.

La visita me regaló un par de lecciones más sobre la historia de Japón, pero con ese tiempo se hacía imposible; la lluvia no cesaba y se comenzaban a crear charcos que hacían imposible pasear por los parques que empezaban a embarrarse. Así que decidí volver al hotel donde pasaría un rato conectado. Cuando escampó, ya de noche, volví a salir a dar un paseo por Gion y cenar algo. El Rio Kamo, que fue mi primer escenario del día también fue el último, ya que en él cené después de visitar el cercano Jinja de Gion, con sus cientos de farolillos de papel iluminándolo todo con una tenue luz anaranjada para deleite de los que, como yo, paseábamos bajo una noche que –aunque nublada como las demás- se presentaba algo más fresca quizá gracias a todo el día de lluvia.

Volví al hotel y en mi habitación (esta vez era dormitorio compartido) había tres chicas españolas hablando. Dos de ellas salieron a fumar y una se quedó un rato conmigo; resultó que había estado de vacaciones en Australia y, por salirle más barato volver Australia-Japon-España que directamente o por otra ruta… y aprovechando pues estaría unos días por la zona. Después de darnos algunas recomendaciones de los lugares donde habíamos estado, nos echamos a dormir.

Oyasumiiiiii! Y mañana a Nara! QUIERO VER CIERVOS!!