martes, 7 de diciembre de 2010

Vamos a ver ciervos... en Nara.

Salgo temprano de Kyoto, me doy un buen paseo desde Gion (Donde se encontraba mi Hostel ‘BakPak’) y me encamino, ya enmochilado, hasta la estación central de ferrocarril. Hay un buen paseo a pie y con el peso… pero quiero dedicarles unos últimos quince minutos a esta, casi desde que la pisé, mi ciudad favorita.

Me consta de que el viaje hasta la vecina Nara no es muy largo en tren, ni caro. Además ya le voy pillando el truco a esto de los transportes Japoneses y cada vez me desenvuelvo mejor a la hora de solicitar destinos y billetes. En fin, hora de dejar atrás Kyoto… me espera un “guest-house” cercano a mi llegada a Nara, a no más de cinco minutos a pié desde la estación, parece no tener pérdida.

Nara, a simple vista, se ve un lugar mucho más modesto y tranquilo, me dan un plano en la oficina de turismo de la estación y… prácticamente, la mayor superficie del “centro” de la ciudad la ocupa un gigantesco parque…

Ah sí… ahí es donde me dijo Amparo –la chica que conocí la última noche en Kyoto- que los ciervos campaban a sus anchas.

Finalmente llego a la casa y una mujer, de no más de de 30 y pocos años me recibe con una sonrisa y me ayuda a quitarme la mochila.

“Muy joven para ser la dueña…” pensé… quizá era otra huésped… como me ocurrió en Matsumoto con YeeMan… pero no; pronto me invitó a pasar, me sirvió un buen vaso de agua fría y me trajo el formulario de ingreso.

Lo rellené, pero era temprano, no más de las doce del medio día y hasta las cuatro no podría pasar.

Me preparé mi mochilita y dejé el mochilón allí en un lado de la entrada. Me daría una vuelta por la ciudad y vería ese fantástico parque, tenía cierto interés mezclado con curiosidad por ver esos ciervos.

Era buena hora para comer algo, a escasos 300 metros del hostel me metí en una tasquilla de barrio. En su escaparate pude ver que tenían distintas variedades de curry y otros platos típicos. He de suponer que allí no entra mucho “gaijin”, ya que todos se me quedaron mirando hasta que la camarera –mayor- se me acercó sonriente y me lanzó un amable “irashaii~” y me acompañó a una mesa.

-Karee [Curry] kudasai –le dije a la vez que me traía un vaso de agua fresca. Me explicó que podría tomar cuanta quisiera de la máquina que había en un rincón. Después me preguntó por el tipo de curry que quería… Ostras… simplemente le repetí uno, el que fui capaz de retener en su retahíla.

Al poco rato me trajo el plato con una montaña de arroz y el otro medio de curry con carne empanada y verduras, estaba riquísimo -Katsu karē (カツカレー)-.

Después me marché, tras darle las gracias y decirle el “obligatorio” Oishikatta, desplegando una gran sonrisa en la señora. Así me aseguro un mejor servicio, si cabe, la próxima vez jeje.

Como pensé al ver el plano, Nara es una ciudad modesta en edificaciones. Si aquello fue una de las cosas que tanto me gustó en Kyoto, aquí se repetía sin lugar a dudas. Paseé por su avenida principal, de ella podía ver como se ramificaban calles estrechas llenas de comercios, atestadas de gente de un lado a otro. Al parecer, se celebra el 1300 aniversario de Nara como capital de Japón y todo está lleno de carteles y fotos de su ‘mascota’… sí… no sé como catalogar esa aberración que tan mal rollito me da… un niño (aparentemente budista) con cuernos de ciervo (http://blogs.gamefilia.com/files/imce/u518330/100125_2_Sentokun.jpg ). Supongo que es lo que pensará mucha gente al llegar a DisneyLand y ver una rata de dos metros de alto con guantes.

Continué y, como decía, el parque de Nara está totalmente integrado en el casco urbano… cuando te quieres dar cuenta estás rodeado de grandes árboles y extensas praderas. Pero sin duda, una de las cosas que más me impactó al llegar allí fue el cartel de “Cuidado con los ciervos”. Para los que hayáis hablado conmigo desde entonces, os he contado –y mostrado- lo expresivos que son los carteles japoneses… pues bien, para muestra un botón:

No pude evitar soltar una carcajada mientras analizaba cada viñeta.

Me adentré entonces en ese gran espacio verde, los caminos asfaltados facilitan el acceso y puede verse una gran afluencia de gente. Es sábado, medio día y no hace un excesivo calor ni está lloviendo; ideal para dar un paseo. Después de unos minutos caminando por el parque, los encuentro… se arremolinan junto a los turistas como pirañas, al verme vienen un grupo y me olisquean con distancia prudencial, al ver que no les voy a dar nada… me dejan y se van para el siguiente grupo de turistas.

¡¡¡Ciervos… Ciervos everywhere!!!

Si amigos y amigas de Arunomonogatari, Amparo no mentía… decenas de ciervos, casi tantos como turistas campan a sus anchas por aquí, sin restricciones.

Después de divertirme un rato viendo a los ciervos perseguir a los turistas y sacar algunas fotos, me encaminé hacia el interior del gigantesco parque. Fue curioso, en Nara pude ver –y escuchar- a varios grupos de Españoles por aquí y por allá.

El calor, conforme se acercaban las dos de la tarde, iba en aumento. Por suerte, los frondosos árboles del parque hacían que el paseo fuera más agradable. El parque de Nara es un complejo natural que rodea muchísimos templos y santuarios, tanto budistas con sintoístas. Puedes encontrar puertas Torii, linternas (miles), pagodas y estatuas por todos sitios. Finalmente llego al Kasuga Taisha, un santuario Shinto construido allá por el s.VIII d.C.

Al igual que en el resto del parque, había muchísima gente aquí, el altar donde se realizan los ruegos era bastante grande y varias personas se iban sucediendo, una tras otras, para realizar sus plegarias.

En el interior del recinto del santuario se exponen una colección de farolillos de bronce, a la cual decidí no entrar para minimizar gastos… otra vez T_T

Seguí mi paseo por la zona, como siempre apartándome de los caminos hasta el punto que por un momento me “perdí” en medio del bosque. Es decir, sabía que estaba rodeado de caminos, me bastaba con andar recto hacia algún sitio… pero cuando te adentras en una gran arboleda y no posees nada con lo que referenciar tu posición, puedes agobiarte un poco. Después de diez minutos andando, saltando troncos caídos, haciendo caminos entre la maleza y comiendo telas de araña… llegué al camino, donde ya se agolpaban los turistas.

A todo esto solo eran las 15,00h… aun faltaba una hora para que pudiera hacer el checkIn, aunque tampoco tenía necesidad de ir al hotel aún, tenía ganas de seguir campeando así que me dirigí al norte del santuario, en la falda del monte Wakakusa. Allí pude encontrar una señal que ponía: Top of Wakakusayama 2.4km; bueno, no estaba mal… estaría de vuelta en una horita y algo y podría ver Nara desde lo alto. Allá que me encaminé, pero poco después, en el siguiente cartel… Wakakusayama 2.0km, Uguisu no taki 4.0km. Taki es cascada, catarata… creo que eso me llamaba más la atención que el monte, así que empezaría a seguir las indicaciones hacia la cascada.

Por el camino me encontré con un matrimonio japonés, de unos 60 y largos años. Los saludé, ambos hablaban algo de inglés y me comentaron acerca de lo espectacular del paisaje y del calor que ya empezaba a hacer, sobretodo cuando vas cuesta arriba por un camino forestal.

A mi ritmo a pie los perdía, pero me reencontraban en los descansos, compartiendo algunas sonrisas y suspiros de cansancio. Andar por el bosque con este calor y la humedad se hace más duro de lo normal. Finalmente, nuestros caminos se separaron a 600m de la cima del monte, yo continué rodeándolo para llegar a la cascada.

Aun me quedaría un buen rato y, dos o tres “escurrimientos” de camiseta para eliminar el sudor que me empapaba jajaja conseguí llegar a aquel espectacular lugar. El salto de agua no era muy grande, tampoco tenía mucho caudal… pero era precioso. Me pude sentar en la orilla de la hoya que se hacía al caer, para luego seguir descendiendo en forma de riachuelo; el agua se me había acabado, así que usé mi camiseta para remojarla en la fresca corriente y beber algo… rezando porque no me diera una mala noche.

Ya descansado, me encaminé de vuelta a la ciudad. Me parece increíble poder encontrar lugares como estos a tan solo una hora de camino desde el casco urbano y, sobretodo, que este tan cuidado y conservado. Aquí no encuentras una litrona o una bolsa con basuras, o un rodal de escombros con el clásico “váter partido” tan español.

Ah sí, casi se me olvida… realizando una de mis fotos, clavando la rodilla en la tierra humedad… sentí un pinchazo a la altura de la espinilla, cerca del calcetín. Debí haberme clavado una ramita o algo. Continué andando y volví a parar para otra foto… *AUCH* otro pinchazo, esto es más raro… Miré abajo y me vi la pierna con un gran restregón de sangre. Ostras!! Me agaché a mirar y ahí estaba, una sanguijuela pasándolo pipa; aproveché que estaba buscando un nuevo lugar para morder enredada en mis pelillos… será cabrona… la tiré al suelo, le hice una foto y la aplasté. Será…

Eran ya las cinco de la tarde, el sol comenzaba su descenso y, en el bosque, daba inicio un nuevo espectáculo. Todos recordáis la “orugrita” ¿no?, aquella cigarra que decía eso de “ooooooyeeeee… oooooyeeeee…” pues bien, que ocurre cuando juntas a miles… a millones de ellas y las pones a cantar a la vez. Pues sí, de repente a lo lejos comenzó y como una ola se acercaba haciéndose más y más intenso. Cuando llegó a mi posición era ensordecedor y, tal y como vino… se fue alejándose poco a poco para, una vez más, hacer reinar el silencio.

Subir el volumen para ver el video...

Bien… hasta aquí este capítulo, mi llegada al hostel y mi primera noche en Nara lo dejo para el siguiente. Hoy no ha habido chicas guapas, pero las habrá jajajaja que en esta ciudad me ocurrieron algunas cosas... "curiosas" como ya algunos sabreis jajajajaja

martes, 23 de noviembre de 2010

Cuatro meses despues...

23 de Noviembre de 2010.

Si, hace ya Cuatro meses que volví a España... pero cada día que pasa siento que algo se queda incompleto. No hay día que pase en que no vea algunas fotos de mi viaje... de hecho las tengo puesta de salvapantallas del ordenador y también de fondo, tanto del portátil como del sobremesa.

Esta es la última entrada que escribí en tierras Nipponas pero que, por vagancia, no la llegué a subir.

Espero que la disfrutéis al menos una décima parte de lo que yo he disfrutado al releerla.

Algo de mi se quedó Allí

Se ha levantado la mañana lluviosa y tengo que hacer CheckOut para el cambio de habitación, así que recojo todos los trapos (aun un poco húmedos) y preparo la mochila que se quedará en consigna hasta que vuelva por la tarde.
El día no invita para nada a pasear, pero supongo que es una de esas cosas que me hace saber que estoy enamorado de esta ciudad que por muy mala cara que me muestre… me sigue gustando.

El tsuyu me concedió un descanso para desayunar y pude disfrutar de unos bollitos dulces y un café frío sentado en la orilla del Río Kamo, viendo como un pescador sacaba un pez tras otro, algunos los soltaba y otros los echaba a su cesta. Al parecer, ahí donde yo estaba sentado, se reúnen los jóvenes vestidos de manera tradicional (con Yukata) a tomar unas copas y divertirse un rato o incluso con algunos fuegos artificiales… vamos, lo que viene siendo un “botellón a la japonesa”… es una lástima que sea mi último día en Kyoto, pero el viaje ha de continuar.

Este día me tocaba la última visita, el Castillo y la villa Imperial.
Como casi todos, el castillo de Kyoto fue construido durante el mandato del Shogun Ieyasu Tokugawa. Los jardines de este son una auténtica maravilla y debe ser impresionante ver sus campos de cerezos en primavera, los numerosos pinos parecían bonsáis por lo exquisito de sus podas y los pequeños laguitos y fuentes con sus elegantes carpas nadando de un lado a otro daban movimiento al cuadro.
Puedo decir, sin duda, que el castillo de Kyoto es una de las visitas que más me ha impresionado; precisamente hablaba el día antes con mi padre sobre la pintura Japonesa o asiática… que había algo en ella que no me terminaba de convencer (véase la anterior entrada y los dragones de Matt Groening jajaja); que había otra rama artística en el campo de la pintura que sí, aquellos trazos aparentemente simples pero tan bien realizados… y eso fue lo que me encontré allí donde quiera que dirigiera mi vista en el castillo de Kyoto. Es una lástima que no se pudieran sacar fotos y no pude robar ninguna instantánea, pues estaba bastante vigilado y no quería llamar la atención –más- así que lo que allí pude ver… me lo quedo para mí. Paredes doradas cubiertas con sutiles pinturas de plantas como pinos o crisantemos, águilas y otras aves volando o posadas… todas ellas de una belleza sublime y, como pude comprobar después de cerca, dibujadas con un detalle casi microscópico que no se aprecia en la lejanía. Es una vaga descripción de lo que allí dentro tanto me impactó, pero es una visita obligada y recomendada a aquel que pise la ciudad de Kyoto.
Además en algunas salas podías encontrar representaciones mediante maniquíes, con los que te podías hacer una idea de cómo debía ser una recepción oficial del Shogun con toda su corte.
Salí del castillo y tras dar una vuelta más por sus jardines y pasarme por la tienda de suvenires me encaminé (bajo la lluvia) hasta la villa imperial.

Inmenso jardín con grandísimas avenidas de gravilla sobre la que golpeteaba la lluvia con fuerza… apenas era yo el único ser humano paseando por la zona. Al poco de entrar, un imponente árbol “Muku” me recibió con sus 300 años; junto a él un cartelito donde podía leerse que el samurái Shijima Matabee gritó un “Gloria al emperador, muerte a los bárbaros” justo antes de su heroica muerte bajo la copa de este gigante.

La visita me regaló un par de lecciones más sobre la historia de Japón, pero con ese tiempo se hacía imposible; la lluvia no cesaba y se comenzaban a crear charcos que hacían imposible pasear por los parques que empezaban a embarrarse. Así que decidí volver al hotel donde pasaría un rato conectado. Cuando escampó, ya de noche, volví a salir a dar un paseo por Gion y cenar algo. El Rio Kamo, que fue mi primer escenario del día también fue el último, ya que en él cené después de visitar el cercano Jinja de Gion, con sus cientos de farolillos de papel iluminándolo todo con una tenue luz anaranjada para deleite de los que, como yo, paseábamos bajo una noche que –aunque nublada como las demás- se presentaba algo más fresca quizá gracias a todo el día de lluvia.

Volví al hotel y en mi habitación (esta vez era dormitorio compartido) había tres chicas españolas hablando. Dos de ellas salieron a fumar y una se quedó un rato conmigo; resultó que había estado de vacaciones en Australia y, por salirle más barato volver Australia-Japon-España que directamente o por otra ruta… y aprovechando pues estaría unos días por la zona. Después de darnos algunas recomendaciones de los lugares donde habíamos estado, nos echamos a dormir.

Oyasumiiiiii! Y mañana a Nara! QUIERO VER CIERVOS!!

martes, 20 de julio de 2010

Gion, el barrio de las Geishas escondidas


Me desperté listo para hacer CheckOut en el Ryokan; recogí mis cosas (una de las partes –de las pocas- que odio de esto de viajar) y me dirigí a la recepción ya que aún no había pagado ninguna de las noches.

Esperando ver a la señora que con tanta gracia me hablaba a gritos en un peculiar Japinglish de Osaka… o a su, creo que, marido que apenas sabía decir dos palabras en inglés. Pero no fue así, ninguno de los dos estaba y me atendió uno de los camareros, pagué y me dispuse a marcharme pensando “vaya… va a ser la del ryokan la despedida más fría…”

Cuando me alejaba del edificio en dirección a la parada del bus escuché “Ey Ey!! Baaaai!!”… resultó ser aquel simpático abuelete que me saludaba desde la puerta agitando exageradamente la mano; le sonreí y le respondí de igual forma pero con un “Matta neee~!!”, entonces apareció la viejita por detrás del señor y con su acento característico lanzó un “Chotto matte!! Com hii, com hii!!

Fui entonces hasta ello y me dijo que pasara al salón, que hacía calor y el próximo bus tardaría 30 minutos. Así hice, de película… apareció la señora con una bandeja y, en ella, un dulcecito envuelto en una hoja fresca de bambu (daifuku) y los elementos para preparar matcha (té verde tradicional).

Estuvimos hablando ese ratito, sobre mi viaje, sobre mi procedencia y sobre lo que había hecho en Kyoto esos días… cuando recordó que era español me dijo: “OOOH gudo sokka” haciendo un gesto con el pié como si chutara un balón (quiso decir “good soccer” = “buen futbol”… creo que ya más o menos podréis entender el japinglish jajajaja) y me deseó suerte para los próximos encuentros de la selección.

Después me dejó un ratito mientras me tomaba el té, viendo como una señora arreglaba el jardín del comedor. Ya llegaba la hora así que me dispuse a ponerme la mochila, cuando de nuevo apareció la Obachan…

- Purusento, purusento fo iu (Present, present for you = Regalo, un regalo para ti)

A la vez que me daba dos juegos de palillos para comer; los cogí con ambas manos y le hice una profunda reverencia… sin duda todo esto había hecho olvidarme de esa fría sensación con la que me marchaba.

Me despedí finalmente y le prometí volver. Sé que volveré algún día a Kyoto… así que no me costará nada cumplir esta promesa, solo espero y deseo que la señora conserve su salud para que pueda gritarme de nuevo eso de “OOKINIIII!!!” que es la que más arte ha tenido de a cuantas personas se lo he escuchado.

Tomé el autobús hacia el centro y llegué a Gion, donde pese a no tener reserva pude conseguir habitación en el hostel “BakPak”, la primera noche sería en habitación individual y la segunda en compartida (siendo así una media de 30€ por noche), nada mal para estar en todo el centro de Kyoto.

Solté mis bártulos en recepción donde me atendió una chica muy agradable en perfecto inglés y me encaminé a ver el barrio de las Geishas.

Gion tiene otro de esos elementos que me ha enamorado de la ciudad de Kyoto y es que ha sabido mantener su identidad con el paso del tiempo y en algunas de sus calles parece que has hecho un salto en el tiempo al sXIX.

Mi primera parada fue en un recinto Zen / Budista. Pagué mi entrada para acceder al Templojardínmuseo y me adentré en el edificio, se respiraba en él un ambiente relajado que, sin duda, invitaba a la meditación y a muchos de los visitantes podías verlos sentados en algunos rinconcitos idílicos espectadores de los armoniosos jardines que combinaban la roca, el musgo y los árboles. Yo mismo sucumbí ante aquel ambiente de paz y tranquilidad y me senté un rato en uno de los tatamis ante un jardín que, con tres piedras en el centro, representaba a Buda y a dos monjes zen; cerca de ellas podían observarse un par de piedras planas donde los monjes (los de verdad) se sientan para meditar.

Varias salas acordonadas podían ser fotografiadas y en sus paredes se contemplaban hermosas pinturas de trazos simples, pero que daban a dichas obras un dinamismo genial; una en concreto, de unos niños chinos jugando parecía moverse si la mirabas fijamente.

En la visita pude acceder al templo principal, cuyo techo poseía un lienzo gigantesco de dos dragones gemelos entrelazados… la pintura espectacular, pero podía evitar reírme al ver esos ojos tipo “Los Simpsons” que les han dibujado a los dragones. Busqué la firma de Matt Groenning pero no… al parecer fueron pintados en el 2002 por un artista japonés sobre un lienzo completo en un Gimnasio de un colegio mayor de Hokkaido y colocado aquí por el aniversario de no sé qué.

Se acercaba la hora de comer, así que me dirigí a la calle transversal a la principal de Gion y me puse a andar. En Japón, a diferencia que en España, los restaurantes y bares no siempre están “claramente” señalados como tal… es decir, muchos de ellos no tienen un cartel fuera con los precios y simplemente los identificas por las “cortinitas” que tienen en la puerta, pero claro, están en japonés con kanjis… aun así, a veces tienen algún signo que los delata y es en estos sitios donde de verdad puedes degustar la auténtica comida japonesa.

Fue en esta calle en la que encontré uno de esos sitios, tenía una pizarrita fuera en Japonés, por lo que deduje lo que era; así que entré.

Resultó ser una “tortillería”… sí, no sé si lo servirán en otros lugares de Japón pues solo lo he visto en Kyoto. El hombre que lo regentaba me sacó una carta en inglés y la comida que preparaba resultó ser eso, unas tortillas con verdura y carne en su interior y una salsa especial. Estaba exquisita y por poco más de 8€ acabé que casi no me la pude terminar. Como viene siendo habitual, le dije que estaba riquísima y, no pude resistirlo… le pregunté si conocía la “Tortilla de papas” jajajaaja y si, la conocía y me dijo los ingredientes xDDDDD pero no la tenía en el menú… una lástima.

Me despedí del simpático chef y me dirigí a un templo cercano, no con la intención de entrar a este… porque, se me olvidaba… en mi anterior visita al recinto Zen, había un jardín budista con un templo en su interior; me pidieron 600yens que estuve dispuesto a pagar ya que, al parecer, las plantas que hay en mayoría dentro del jardín tornan sus hojas de color blanco durante el verano y es como ver un jardín nevado… debía ser impresionante. Pero cuando fui a pagar me dijo el señor que había en la puerta en medio inglés medio japonés: “Puedes visitar el jardín, pero el templo es SOLO PARA JAPONESES”…

No me lo podía creer, había oído hablar de los locales “NO GAIJIN”… pero no me podía imaginar que el primer sitio donde me iban a rechazar por ser extranjero sería en un templo, así que tras este incidente y después de un “Ah muy bien, pues váyanse a la mierda” con una amplia sonrisa; decidí no volver a pagar por nada que sea budista. Aunque sea recomendado.

Por donde iba… ah sí, llegué a un recinto donde podría encontrar un gran templo budista y una cascada; cuando llegué a la taquilla me di la vuelta jajajaja y seguí paseando por la zona… esos paseos que a mí me gustan y que me hacen meterme por lugares a los que dudo que muchos extranjeros accedan. Mis pasos finalmente dieron con un cementerio y allí que me aventuré; entre árboles estaba la puerta de metal abierta y, creyendo que sería uno de tantos modestos cementerios que ya me he encontrado en cada rincón de Japón… un inmenso valle se abrió ante mí y, en todo él, miles de tumbas se alzaban en bancales que, como si de la maqueta de una ciudad gigantesca se tratase, se extendía hasta donde mi vista alcanzaba la verdadera ciudad; con la torre de Kyoto como referencia. Impresionante visión.

Volví sobre mis pasos calle abajo y, antes de llegar a la calle principal vi a una chica vestida con kimono, le pregunté si podía fotografiarla y me dijo que no… estaba anunciando un establecimiento… cachis…

Me metí por esa calle donde se encontraba la chica y, vaya acierto. Como decía al principio, resultó ser un túnel del tiempo y de repente me encontraba en el Japón del siglo XIX; los edificios se disponían con sus tiendas hacia la calle y, sobre ellas, las casas. Parecía que me había colado en el rodaje de alguna película y anduve un rato por la calle sacando algunas fotos. Entonces vi a cuatro hermosas chicas vestidas con los kimonos de verano o Yukata, riendo y sacándose fotos.

Me acerqué a una de ellas y en mi Japonés estilo indio le dije: Anatachi no sashin… onegaishimasu! (que viene a significar “foto vuestra… os lo ruego”) jajajajaaj

Le debió hacer gracia ya que llamó a las otras tres, una de ellas (la más guapa) se negó, será malahe… se ve que hay “tsunderes” en el Japón de verdad. Pero bueno, las otras tres posaron encantadas. No me digáis que no es una belleza la del yukata negro y rosa…

Fue una lástima que no me cruzara con geishas, al parecer es en esa calle donde es más fácil encontrarlas y, aunque no van a posar para que les saques una foto… no se molestan si lo haces desde una distancia prudente, están más que acostumbradas a ser contempladas como lo que son, obras de arte humanas.

Mi paseo continuó por los alrededores, visitando un par de Jinja… uno de ellos precisamente el principal de Gion; es una lástima que las fechas no me coincidan y que me pierda el “Gion Matsuri”, que es un festival en el que se hacen carrozas gigantescas de madera y cuerdas y son arrastradas por el barrio en una fiesta espectacular. He de suponer que en importancia tanto a nivel local, como turístico, como cultural… será algo así como nuestra Semana Santa.

Ya anocheciendo me compré la cena… con la mala pata de que fue una tortilla similar a la que comí para almorzar jajajaja pero bueno, estaba rica. Después de ducharme puse una lavadora y lavé toda mi ropa y por ahorrarme el euro que cuesta usar la secadora (y porque no se si mi ropa puede meterse en secadora y no quiero experimentar) ideé un tendederos con los pocos enganches que encontré en mi habitación –el pomo de la puerta y una pieza de cerámica que colgaba de la pared- en el que colgué todo… dándole a mi dormitorio un aspecto de chabola inigualable jajajajaja

Y con eso termina mi día 8 de Julio. Como veis llevo un retraso considerable y viene siendo porque apenas tengo tiempo para escribir; cuando no estoy por ahí roando estoy hablando con alguien por el Messenger o buscando qué hacer al día siguiente. A ver si poco a poco os subo todas las entradas, la siguiente esta lista pero sin fotos. La subiré esta noche (creo).


Ja neeeeeeeee~!!!

sábado, 10 de julio de 2010

Ir a Takao... lo contrario a ponerse nervioso xD

Despues del magistral juego de palabras del título...

La del día 7 no va a ser una entrada muy larga. Después del agotador día anterior, pensaba darme una vueltecita por el pueblo de Takao (a 10 minutos en Bus desde mi ryokan) y por la tarde llegarme al Onsen de Funaoka.

La mañana se despertaba lluviosa, pero poca cosa. Chispeando preparé mi mochila y me dirigí a la parada del autobús que no tardaría en pasar y, ya por fin en Takao, me pude deleitar nada más bajarme con unas fantásticas vistas.

Intenté andar por las callejuelas, pero se me hizo imposible, el pueblo estaba edificado en torno a la carretera que serpenteaba hacia el fondo del valle. Aun así pude disfrutar de los llamativos tejados que asomaban sobre los árboles aquí y allí.

Mi caminata por el lugar (ya bajo una lluvia más intensa) me hizo llegar a un puentecito naranja que cruzaba el río y, subiendo unas escaleras accedí a un templo –creo que shinto- de la secta Shingon (curioso nombre jajaja). Estaba todo muy bien cuidado y dando un paseo por el recinto encontré uno de esos caminitos que a mi tanto me gustan, se alejaba por uno de los flancos adentrándose en un estrecho valle con un arroyo en el centro.

Mis pasos se encaminaron pues hacia dentro del bosque, siguiendo ese sendero que tenía pruebas evidentes de que los humanos solían trabajar por ese lugar –Maca, tu observación de bosque replantado debe ser cierta porque después recordé que había zonas de claras-, alguna que otra lata y rollos de alambre que no sé muy bien para qué podían servir.

Seguía lloviendo, aunque ya menos, como una fina nube de gotitas que lo envolvía todo y apenas si mojaba. El verde del paisaje cobraba más vida aún gracias a esta humedad y a mi paso saltaban las pequeñas ranas para evitar que las pisara… alguna incluso posó para mi unos instantes antes de pegar el salto hacia el arroyo.


Era curioso pues al fondo del valle llegaba la claridad, puesto que apenas había densidad de árboles, pero justo a un lado del camino, el bosque se cerraba de forma casi hermética; tanto que no dejaba pasar ni un rayo de luz y contenía bajo sus copas una negrura fantasmagórica que hacía que el simple hecho de mirar hacia el interior me dieran escalofríos. Creo que es comparable a la sensación de cuando nadas en aguas profundas en las que no ves el fondo, ese nerviosismo por lo que “puede haber” más allá de donde tus ojos ven y que está tan ligado al ser humano… ese “miedo a lo desconocido” en su forma más pragmática y esencial.

Aún así no podía dejar de mirar hacia dentro, esa curiosidad/miedo/ilusión por ver algún animal salvaje escondido en las sombras… desconocía la fauna de los bosques de Kyoto, pero me esperaba cualquier cosa… desde un lobo, un jabalí o un oso (después he comprobado que podría haber encontrado, efectivamente, osos, zorros, mapaches o incluso grandes gatos salvajes)… o hasta un kappa (es importante saber como vencerlos!!)… jajajaajaja después de todo, según las leyendas, los kappa viven en los ríos más recónditos.

A causa de la lluvia y que no iba equipado para hacer senderismo (llevaba las deportivas y no las botas), decidí volverme cuando el camino se ponía demasiado escabroso. Se comenzaba a hacer difícil de seguir y los helechos comenzaban a cubrirlo todo, es curioso cómo se agarran a las piernas y te dificultan los pasos. Llegué de nuevo al recinto del templo y allí pude encontrar un lugar para descansar junto a una cascada por la que descendía el arroyo por el que había paseado hasta llegar al río. Un relajante espacio en medio del bosque en el que pude cerrar los ojos durante unos minutos y sumergirme en el agradable sonido del agua al caer.

Después seguí mi camino siguiendo el río hasta que llegué a una bifurcación, por uno de los caminos (cruzando un puente) volvía a Takao y por el otro me adentraba en una ruta forestal que era precisamente la que tenía intención de hacer en mi plan de viaje. Según el cartel eran unos 5 kilometros hasta llegar a la ciudad, más o menos al punto donde el día anterior merendé en el Mister Donut… pero tal y como estaba el día y con el cansancio acumulado, no pensé que fuera la mejor opción. Me decanté por subir unas escaleras que había al margen del camino… unos ciento cincuenta escalones aproximadamente y en lo alto… oh no… un recinto budista y… oh sí… hay que pagar para entrar jajajajaaja

Después del esfuerzo de subir los escalones… llegué muerto arriba y el de la puerta se me quedó mirando… podía leerlo en sus ojos y el podía leer los mios.

- “El guiri este, llega roto… y será capaz de volverse pabajo por tal de no pagar…”

- “Se que sabes lo que estoy pensando…. “Miau miau miau miau, miau miau miau miau, ¡miau miau miau miau miau miau miau!”

Así que decidí, sin que sirva de precedente, pagar por entrar… al menos que la subida de los escalones no haya sido en balde… después comencé a pensar que esa era su estrategia de marketing… “después de la paliza, ¿me voy a ir sin ver que hay detrás de la puerta?”… pero bueno, es una buena estrategia, yo finalmente piqué.

El recinto no es que fuera un llamativo jardín, como los que visité el día anterior, pero tenía su grandeza en los majestuosos árboles que lo poblaban. Así que me di un relajado paseo, pude ver el valle por el que transcurría el sendero hasta la ciudad, desde un mirador desde la altura que me concedía estar en aquel lugar y comenzó a salir el sol, regalándome ese juego de luces y sombras sobre el verde al que empiezo a acostumbrarme y que creo que echaré de menos cuando vuelva a España.

En fin, lo que esperaba que fuera un tranquilo día de paseo por el pueblo se convirtió en un duro día de senderismo y subida de escaleras jajajaja así que llegué reventado al ryokan. Decidí no ir al Onsen y simplemente tomé un buen baño caliente y descansé en mi habitación bien fresquito.


Al día siguiente tendría que hacer el “check out” y cambiaría de hotel a uno más céntrico, en el famoso barrio de GION.

viernes, 9 de julio de 2010

Caminata, perímetro cubierto.

Cuando me levanté a las 7.30 de la mañana no tenía ni idea de lo que me depararía el día, en un principio pensé en ir de senderismo… pero descarté la idea, creo que aun en la ciudad de Kyoto me quedan muchas cosas por ver.

Me tumbé un rato en el futton con los planos de la ciudad y del transporte público abiertos, si jugaba bien mis cartas me ahorraría bastante dinero y le sacaría bastante provecho al bonobus. Señalé varios puntos cercanos en el mapa haciendo una ruta por el norte de la ciudad y una vez que ojeé las líneas de bus que podía ir tomando, me puse en marcha.

Mi primera parada fue el ‘Jinja’ shintoista de Fukuoji, a unos diez minutos a pie desde el ryokan, proseguí mi camino hasta el templo budista de Ninnaji… donde dos imponentes figuras guardaban la puerta, la primera parecía decir “ALTO” y la segunda “PAGA O TE ARREO”, ya que al cruzar el majestuoso umbral, lo que encontré fue una taquilla en la que había que abonar el importe de 600 yens… empiezo a estar algo mosca con los budistas… ¿no os lo había dicho?
Tal y como llegué a la taquilla me di la vuelta y seguí andando hasta la parada del bus, ahí cogí uno que me llevaría algo más al norte, a poco más de un kilometro. En esa parada visité el Recinto Zen de Ryoanji. Zen es una secta (no malinterpretéis la palabra secta con la concepción que nuestra cultura cristiana nos ha dado) que procede del Budismo y, en los últimos años, se ha puesto bastante de ‘moda’ entre la jetset.
En este jardín/santuario de nuevo había que pagar entrada, pero bueno, sentía curiosidad por ver los “jardines de rocas” tan típicos y el recinto parecía bastante grande, así que podía ser interesante.
Sin duda el pago fue provechoso y pasé un buen rato admirando los geniales paisajes; donde en España hubiera habido césped, aquí había musgo, una auténtica moqueta de musgo que alfombraba por completo los márgenes del camino y hacía que todo pareciese una composición boscosa de tipo bonsái, pero en gigante. En cuanto al jardín de rocas… se puede sentir la armonía de su composición y la belleza en su simpleza… aun así, no llega a impresionarme más que un viejo árbol retorcido, creo que hay más belleza y armonía en la naturaleza viva.
Me extrañó un poco, conociendo los orígenes de la secta Zen, encontrarme con un pequeño altar shintoista en el centro del recinto, en un islote confinado en el lago al que se accedía por un puentecito.

Después de Ryoanji, cogí el bus que me llevaría hasta el templo de Kinkakuji, uno de los lugares que Fujita-san me recomendó. Una vez más tuve que pagar por entrar, si… budistas, pero lo hice a gusto ya que confiaba en la recomendación del anciano de Osaka.
El recinto era impresionante, un gran lago de color verde reflejaba los grandes árboles que lo rodeaban y un ostentoso pabellón dorado que lo coronaba al fondo. Pequeños islotes parecían barquitos a la deriva en ese fragmento de mar, barquitos que por la lejanía parecían bonsáis perfectamente cuidados, con todo detalle; desde la colocación de sus piedras hasta la dirección de cada una de las ramas de los árboles que lo habitaban.
He hablado ya de los distintos estilos de jardines que estoy viendo. En Tokyo pude describirlos como bosques en miniatura, donde parecía que la naturaleza había roto un pedazo de esa mole de cemento que es la ciudad y nadie había podido hacer nada por detenerla y ahí se encontraba en libertad, salvaje… simplemente confinada.
En Osaka los jardines y parques eran más parecidos a los que acostumbramos ver en Occidente, con sus fuentes, sus caminos empedrados y sus árboles en arriates.
Pero Kyoto es distinto, los jardines, tanto los que son propiedad de templos o de la ciudad, como los de los particulares, parecen estar tratados al milímetro. Quiero decir, es como si esa naturaleza salvaje de los jardines de Tokyo hubiera sido ‘domada’ o dominada en Kyoto, aquí los jardines parecen bosques de cuentos, escenarios tan idílicos como los de un teatro. Y cuando tienes la oportunidad de ver a los jardineros trabajando, con el cuidado que caminan sobre el musgo, la delicadeza con la que eliminan cualquier elemento que pueda ser perjudicial para el conjunto... Cuando contemplas un árbol y te fijas en que la disposición de sus ramas es la perfecta para que su copa sea lo más grande y bella posible y, bajo él, pueda tomar el sol necesario un pequeño arbusto… es cuando realmente ves la sensibilidad que tienen esas manos humanas que hacen posible este equilibrio tan perfecto. Así que, más que jardineros yo los llamaría “Domadores de Plantas” (suena muy rolero, lo sé jajaajaj).

Mucho más en aquel lugar, pero son cosas que difícilmente pueden ser descritas sin que se me acaben los adjetivos y me empiece a repetir y ni con las fotos he sido capaz de captar la belleza de los jardines; mi frustración llegaba a su límite cuando repetía una y otra vez las fotos cambiando los modos… pero es imposible que una cámara –por buena que sea- consiga transmitir lo que se vive al contemplarlo directamente con tus propios ojos, sumando a ese sentido el del oído y el del olfato.

Me dirigí entonces andando hasta el Parque Funaoka, que viene a ser una colina entre medio de los edificios. Accedí a ella desde su cara norte, justamente en el parque; comencé a subir rodeado de árboles y pisando sobre la hojarasca, cerca encontraría el Kenkun-jinja, un santuario Shinto.
Desde lo alto de la colina pude disfrutar de unas fantásticas vistas, como dije en una entrada anterior, como Kyoto tiene edificio tan bajitos, desde cualquier puesto en altura (por poco que sea) se puede ver entera. Descendí entonces hacia la ladera este, donde se encontraba el santuario. Una vez más, el ambiente parecía relajarse, el canto de los pájaros acompañaba mis pasos como anunciándome que pronto llegaría al santuario. Entonces los dos leones me dieron la bienvenida y ante mí se mostró un imponente altar, me esperaba algo más pequeño, por lo que me sorprendió bastante. Aquí os dejo un pequeño video para que podáis ver y oír en primera persona de la misma manera que yo, pidiendo disculpas por la mala calidad del video… pero bueno, sois comprensivos ajajaj


Y eso solo en la mañana, señoras y señores… cogí un autobús hasta la estación de Kyoto ya que mi intención era ahora trasladarme a la zona Oeste de la ciudad, a Arashiyama. Pero antes di un viaje rápido a Inari para comprar un par de suvenires de recuerdo de mi, por ahora, Kami favorito.
Comí en la estación, en 15 minutos, y salí rápidamente hasta Umenomiya; para evitar el tener que pagar el plus de transporte me pare justo en la última parada de la “zona centro” y desde ahí caminaría. Primero visité el Jinja de Umenomiya-taisha para después cruzar el puente que salta sobre el río Katsura-gawa (que me hizo pensar en cómo debía ser el Guadalhorce antes de que hubiera aeropuerto, polígono industrial, etc…) para encontrarme con la puerta Torii más grande de Kyoto (si no del mundo jajaja) con unos 25 metros de altura. Quizá debería haber subido a ver el santuario de Matsuo, pero se me hacía un poco tarde y aun me quedaba un largo camino.
Caminé río arriba disfrutando de unas vistas esplendidas y del murmullo del río y, junto a él, los cientos de miles de insectos que debía haber escondidos entre las plantas, pues se les escuchaba de forma incesante por todo el trayecto. Tras unos dos kilómetros de paseo (20 minutos aproximadamente) llegué a donde el río cambia de nombre para convertirse en el Hozu-gawa, justo en el punto donde un gran puente de madera lo cruza de norte a sur.
Me adentré ya por esa calle hacia el norte y, tras pasar por otro recinto Zen (en el que no me cobraron esta vez por entrar), llegué a mi destino en Arashiyama… el paso a través del Bosque de bambú gigante.
Una vez más me quedaba boquiabierto mirando hacia arriba, pero claro, quizá para un turista “normal” sea más impresionante, pero este bosque de bambú se veía más ‘preparado’ por así decir y, realmente, el bosque que me encontré por sorpresa en Inari me colmó de muchas más emociones… quizá se le sumara el factor sorpresa, el encontrar algo que no esperas es mucho más emocionante cuando viajas de esta manera, de ahí mi afán por meterme por caminos no señalizados o “secundarios”. Pero vamos, no por ello me pareció una vista menos espectacular, los bambúes gigantes haciendo que todo esté oscuro y dejando esa tenue luz, casi mágica… es algo que no tiene precio… bueno si… lo que viene costando un vuelo de 20 horas jajajaja

Cuando salí de aquel lugar ya daban las seis y el sol se ocultaba tras unos nubarrones que no anunciaban nada bueno… y así fue que no tardaría en ponerse a llover. Pero bueno, yo iba ya mojado por el sudor así que el paraguas –roto- serviría principalmente para evitar mojar la mochila. Caminé y caminé durante uno o dos kilómetros, decidí volver a pié hasta el Ryokan y para ello podría tener que andar unos cinco más. Paré en un MisterDonut para reponer fuerzas y esperar a que lloviera menos, pues estaba apretando (cualquier excusa es buena).
Después tiraría un poco de plano y caminaría por una carretera que rodeaba el monte para aparecer justo en la parada de Takaharachou, en la que debo bajarme para ir a mi ryokan. Así que la caminata me salió perfecta y sin perderme, llegando justo cuando comenzaba a anochecer (Sobre las 19.20h).
Me di una ducha y a eso de las ocho y media apareció la Obachan que me atiende en el ryokan para traerme medio pomelo y unos trocitos de arroz con dulce y un té frío. Esto de colmar de atenciones a un cliente que únicamente está pagando el hospedaje (sin desayunos, comidas o cenas) no sé yo si se dará en algún otro sitio del mundo jajaja

Pero bueno, después del baño decidí que me quedaría un día más en el ryokan y que sería para relajarme… así que el plan para el día siguiente sería visitar Takao (el pueblecito cercano) y después, por la tarde, ir al Onsen que me recomendó mi amigo Osakeño jajajaja

A ver si consigo ponerme al día con las entradas y a ver si comentáis más o voy a dejar de hablaros por el Messenger jajajaaja

Ja neeeee~!!